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Cuando leas este artículo, Juan Pablo II ya habrá sido beatificado. Fue un Papa que conquistó los corazones de todo el mundo.
Por: Fernando Lozada Baldoceda*
Domingo 1 de Mayo del 2011
Para el funeral de Juan Pablo II, Roma ha visto duplicarse su actual población de cuatro millones de personas. Hoy, día de su beatificación, la asistencia debe haber rebasado la Plaza de San Pedro y la Via de la Conciliazione. Por ello se han dispuesto pantallas gigantes en diversos lugares de la ciudad. Los “santo subito” que se leían en numerosas pancartas y eran coreados por los peregrinos en su funeral, se convierten hoy en una realidad cercana.
Juan Pablo II cumplió con su vida la invocación que nos hizo numerosísimas veces: que la vocación de todo bautizado es el llamado a la santidad. Así el Papa, que tímidamente dijo al asumir su pontificado que “venía de lejos”, se ha convertido en un Papa que vino a quedarse en una cercanía privilegiada, cerca de Dios y como intercesor nuestro. 
Abarcar la persona de Karol Wojtyla en algunos párrafos es imposible; sin embargo, sus casi 27 años de pontificado nos hablan de él con elocuencia. ¿Qué lo llevó a vivir de ese modo, en ese incansable anuncio de Cristo como Camino, Verdad y Vida? Algunos números: en 26 años y 5 meses de pontificado, el tercero más largo de la historia, Wojtyla viajó 1’247.613 kilómetros (29 veces la vuelta a la Tierra) para visitar 129 países. Celebró 1.160 audiencias generales, en las que recibió a más de 17 millones de personas. Su pontificado vio nacer 14 encíclicas, 45 cartas apostólicas y 14 exhortaciones apostólicas; además de las Jornadas Mundiales de la Juventud, cuya edición más numerosa, Manila 1995, reunió a más de cuatro millones de jóvenes de todo el mundo.
Es importante tomar en cuenta los años previos a su papado. Vivió su sacerdocio en intenso apostolado al servicio de los jóvenes y las familias polacas, y fue continua su lucha por defender la fe en Cracovia como obispo. Todas estas serían simples estadísticas si no se comprende el ‘motor’ que impulsó a este hombre a vivir así. La beatificación de Juan Pablo II, además, va mucho más allá de estos números. Esta supone y confirma la santidad de una persona; es decir, que ha realizado en su propia vida el plan de amor que Dios tiene para cada uno. 
Esté uno llamado a grandes responsabilidades o a vivir en el anonimato, la santidad depende de cuánto amó, con un amor que sea lo más parecido al amor de Dios. Juan Pablo II ha alcanzado aquello que predicó con sus palabras y con toda su existencia.
En el documento de la sesión de clausura de la investigación diocesana sobre la vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Pablo II se puede leer: “Con la certidumbre de ser amado por Dios y con la alegría de corresponder a este amor, Karol Wojtyla encontró el sentido, la unidad y el fin de la propia vida. Todos aquellos que lo han conocido, de cerca o de lejos, fueron sorprendidos por la riqueza de su humanidad, por su plena realización como hombre, pero aun más iluminador y significativo es el hecho de que tal plenitud de humanidad coincide, al final, con su relación con Dios, en otras palabras con su santidad”.
No había día en que Juan Pablo II no iniciara la jornada con una meditación frente al Santísimo, ni día que no rezara el santo rosario. Es decir, no obstante sus muchas responsabilidades y tareas cotidianas, procuraba nutrirse cada día del amor de Dios, forjando una íntima amistad con el Señor Jesús y poniéndose en las manos de su madre, la Virgen María, a quien dedicó su lema pontificio “Totus tuus”, ‘todo tuyo’.
La causa de canonización del pontífice polaco se inició el 18 de mayo del 2005, cuando con un edicto del entonces vicario del Santo Padre para la ciudad de Roma y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, cardenal Camillo Ruini, “habiéndose manifestado de modo clamoroso en el momento de su muerte la fama de santidad, de la que ya gozaba en vida, y habiéndose solicitado formalmente el inicio de la causa de beatificación y canonización del siervo de Dios”, invitó a los fieles a comunicar las noticias que pudieran resultar favorables o contrarias a la fama de santidad de Juan Pablo II. 
Si bien el Código de Derecho Canónico exige que pasen al menos cinco años de la muerte, el 9 de mayo del 2005 la Congregación para la Causa de los Santos dispensó de este tiempo para proceder con la Causa de Juan Pablo II. La beatificación llega tras haberse confirmado un milagro: la curación inmediata e inexplicable de la religiosa francesa Marie Simon-Pierre que sufría, como Juan Pablo II, del mal de Parkinson. La enfermedad fue diagnosticada el 2001 y, no existiendo cura para tal mal, los tratamientos y medicinas apuntaban a atenuar parcialmente los dolores.
Tras la muerte de Juan Pablo II, sor Marie y los otros miembros de la congregación comenzaron a pedir la intercesión del difunto pontífice. El 2 de junio del 2005 Marie decidió renunciar a su trabajo en una maternidad en París y su superiora la exhortó a confiar en la oración a Juan Pablo II. Pasada aquella noche, la religiosa se sintió curada, sin dolor alguno ni rigidez en las articulaciones. Esto ocurrió en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el 3 de junio del 2005. Sor Marie interrumpió el tratamiento y el médico que la seguía pudo constatar la inexplicable curación. 
Así, a poco más de seis años de su muerte, Juan Pablo II llegó a ser beato. El Evangelio de Mateo nos trae al presente las siguientes palabras de Jesús: “Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la vida eterna”. La Iglesia, que es guía y madre, ha testimoniado la verdad de estas palabras.
Desde Roma. Sodalicio de Vida Cristiana

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LIMA, 27 Ene. 11 / 01:07 pm (ACI)

La Asamblea General del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV) reunida el 25 de enero en Lima (Perú) eligió como nuevo Superior General a Don Eduardo Regal Villa, quien desde el año 2001 era Vicario General de esta sociedad de vida apostólica.

Sucede en el cargo a Don Luis Fernando Figari, Fundador del SCV y Superior General desde su aprobación diocesana en 1994.

Eduardo Regal nació en Lima (Perú) el 7 de mayo de 1966. Es el segundo de los tres hijos de Don José Antonio Regal Alberti y Doña Graciela Villa Stein (+1995). Cursó estudios de ingeniería electrónica y administración de pequeñas y medianas empresas. Hizo su Profesión Perpetua como laico consagrado en el SCV en 1992.

Ha realizado actividades apostólicas según el carisma del Sodalicio con los jóvenes, los más necesitados, la cultura, la familia y la promoción de la dignidad y derechos de la persona humana y la vida.

Fue director e iniciador de VE Multimedios y de la Biblioteca Electrónica Cristiana, asistente general de comunicaciones del Sodalicio de Vida Cristiana, y es miembro del Consejo Editorial de la Revista Vida y Espiritualidad.

Hasta su nombramiento era Coordinador General del Movimiento de Vida Cristiana (MVC), un movimiento eclesial de derecho pontificio cuya presencia se extiende a los cinco continentes.

Tras ser elegido por la Asamblea General del Sodalicio afirmó: “Me encomendé a María Santísima, por quien tengo un amor filial profundo. Cristo nos señala a su Madre al pie de la Cruz y al verla a ella encontramos que todo en su vida apunta hacia Jesús. Con el auxilio del Espíritu Santo procuraré que este sea el corazón de mi tiempo de servicio en este puesto: ‘Por Cristo a María y por María más plenamente al Señor Jesús'”.

También explicó que “la autoridad en el Sodalicio es ante todo un puesto de servicio a todos sus miembros y obras de evangelización”.

Sobre esta nueva misión, recordó que “el Espíritu Santo es el principal protagonista de la vida y evangelización en nuestra comunidad, por ello el Superior general, como todos los miembros del Sodalicio, debe buscar abrirse a la gracia de Dios para poder cumplir con el mandato de Cristo, a todos sus discípulos, hijos de la Iglesia, de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio”.

Con el consentimiento del nuevo Consejo Superior, Eduardo Regal nombró a Don Fernando Vidal Castellanos como Vicario General del SCV. Nació en Lima (Perú) el 27 de abril de 1966, es el segundo de los dos hijos del connotado jurista Don Fernando Vidal Ramírez y Doña María Castellanos Odiaga. Hizo su Profesión Perpetua como laico consagrado en el SCV en 1992 y durante doce años (1997-2009) fue superior regional del SCV en Brasil.


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El papel de la Iglesia en la vida del Estado
Por: P Gonzalo Len*
Publicado en el Diario El Comercio

Estos días se han escuchado diversas opiniones sobre el papel de la Iglesia en el debate acerca de la despenalización del aborto y de la anticoncepción oral de emergencia. La coyuntura ha llevado a algunas personas a plantear la necesidad de que, de una vez por todas, la Iglesia se haga a un lado en un asunto que no le competería.

Uno de los argumentos que se plantean es que es un tema de salud pública, y en eso la Iglesia no tendría nada que decir. De la mano de esto se argumenta también, en la línea del necesario paso a la modernidad, que eso implicaría, bajo la idea de la tolerancia, la desaparición de la Iglesia del espacio social y cultural. Esta postura sostiene que lo religioso se respeta, pero que pertenece a la esfera de lo personal y privado, y que de allí no debe salir, pues atentaría contra lo que esta ideología entiende como la neutralidad del espacio público.

Seguramente hay alguno que tiene el sincero deseo de aportar en la clarificación del rol de la Iglesia en este tema, pero no cabe duda de que hay otros que lo que quieren es exiliar a la Iglesia de ese espacio público para ellos introducir sus ideas, nada neutrales por cierto.

Sobre esta intolerancia de los “tolerantes” es importante hacer algunas aclaraciones, y quisiera citar dos textos que, me parece, iluminan muy bien el panorama.

Por un lado, el artículo 50 de la Constitución Política del Perú señala: “Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración”. El Estado Peruano no es, como quisieran unos pocos —pero que gritan mucho—, un Estado laicista. En nuestro país se reconoce —no se impone— el importante papel que cumple la Iglesia en la peruanidad. Esto no es teocracia ni confusión de roles ni retorno a un supuesto pasado oscuro. Es reconocer una realidad propia de la identidad de nuestra nación.

Por otro lado, cito un pasaje del discurso del papa Benedicto XVI al embajador del Perú ante la Santa Sede el año 2007: “La Iglesia, que reconoce al Estado su competencia en las cuestiones sociales, políticas y económicas, asume como un propio deber, derivado de su misión evangelizadora, la salvaguardia y difusión de la verdad sobre el ser humano, el sentido de su vida y su destino último que es Dios. Ella es fuente de inspiración a fin de que la dignidad de la persona y de la vida, desde su concepción hasta su término natural, sea reconocida y protegida, como garantiza la Constitución Peruana”.

Así pues, la Iglesia sabe cuál es el lugar del Estado y, por supuesto, sabe cuál es su lugar. Y esto, sobre todo, en un país como el nuestro cuya identidad está sellada por la fe en Jesús. Es por eso que la Iglesia cumple con su misión propia, haciendo oír su voz sobre los temas en cuestión, aunque a algunos pocos no les guste.

Las leyes, cuyo dictado le compete al Estado, no pueden ser desligadas de su base moral como pretenden algunos, basados en el utilitarismo y en el individualismo (o en otros intereses más oscuros). Ellas deben promover el bien y evitar el mal. Es allí donde la Iglesia, de diversas maneras, a través de la jerarquía y de los laicos, viene promoviendo responsablemente el valor de la vida humana para que se siga reflejando en nuestra legislación.

Todo este esfuerzo se fundamenta en las certezas que nos dan la fe y la razón, es decir, en lo que Jesús nos ha enseñado y en lo que conocemos por la ciencia médica, la psicología, las estadísticas, etc., y en el inmenso trabajo pastoral que hace la Iglesia por todo el Perú, en todos los lugares, con todos los peruanos sin distinción. De toda esta experiencia y con toda responsabilidad y compromiso, ajena a cualquier interés político, económico, “sectario” o “fundamentalista”, la Iglesia habla alto y con toda propiedad en un asunto de suma trascendencia para el destino de la patria.

(*) Sodalicio de Vida Cristiana

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Lima, 9 (NE – eclesiales.org) Con ocasión del trigésimo aniversario de la profesión perpetua de D. Luis Fernando Figari, fundador de numerosas asociaciones eclesiales y Superior General del Sodalitium Christianae Vitae, se celebró en Lima, en la iglesia Nuestra Señora de la Reconciliación, una Solemne Misa presidida por el Emmo. Cardenal James Francis Stafford, Penitenciario Mayor Emérito de la Santa Iglesia.

El 8 de setiembre, conmemoración de la fiesta por la Natividad de la Santísima Virgen María, se reunió una gran multitud de fieles que rebasaron el interior del templo. Se había dispuesto de amplias pantallas en el exterior claustro lateral y en el exterior de la iglesia. Junto al celebrante principal concelebraron siete obispos de circunscripciones eclesiásticas peruanas y más de cuarenta sacerdotes. Fue una celebración solemne e intensamente participada, en la que se hicieron presentes delegaciones de congregaciones religiosas, así como autoridades políticas y cívicas, al lado de la concurrida participación de fieles que se unían a la acción de gracias de D. Luis Fernando.

Tras los ritos iniciales, el Arzobispo José Antonio Eguren dio lectura a la carta llegada del Vaticano que el Papa había enviado al Fundador y Superior General en tan importante ocasión. Se escuchó que en la misiva pontificia se decía: “Su Santidad Benedicto XVI felicita cordialmente al Reverendo Hermano Luis Fernando Figari Rodrigo, Fundador y Superior General del Sodalitium Christianae Vitae, que en acción de gracias a Dios celebra el 30 aniversario de su consagración religiosa, a la vez que le asegura un recuerdo en la oración para que esta conmemoración se convierta en un impulso para seguir caminando hacia la santidad, completamente entregado al servicio de la Iglesia y de la Evangelización.” Luego El Papa Benedicto XVI concedía su bendición extendiéndola a la familia espiritual suscitada en torno al caminar del Fundador, señalando que lo hacía: “Como muestra de la benevolencia y de gratitud eclesial”. La lectura recibió como respuesta de la asamblea un prolongado e intenso aplauso.

Más adelante el celebrante principal pronunció una homilía de la que presentamos algunas partes. Tras saludar a D. Luis Fernando, y a las autoridades eclesiásticas, políticas y cívicas presentes, el Cardenal Stafford prosiguió: «La profesión perpetua es el acto más intenso de la libertad humana que una persona llamada por Dios a consagrarse a Él puede realizar. Hoy conmemoramos el día en que, en mil novecientos setenta y nueve, Luis Fernando Figari hizo su opción definitiva respondiendo al llamado de Dios». Más adelante añadió: «En la fecha en que la Iglesia conmemora la Natividad de la Virgen María, celebramos también el aniversario de su compromiso público ante Dios. Tal profesión perpetua constituye un absoluto que comprometió la existencia entera de Luis Fernando… Desde entonces, toda su vida e historia han cambiado. Nada sigue siendo lo mismo. La profesión hecha entonces por amor reside en el misterio más profundo de su corazón, allí donde habitan el espíritu y el fuego tan evidentes en la vida de Luis Fernando».

«Sus promesas fueron “de una vez para siempre”. Desde ese día se convirtieron en el momento fundacional de su vida, y siguen siéndolo hasta hoy. Ellas lo reclaman como una totalidad – como un ser completo – cuerpo, alma y espíritu. Ese día una nueva alba se abrió ante él; un reclamo total se dirigió a él de manera final y definitiva desde el centro de su ser. Sin pensarlo excesivamente se convirtió así gustosamente, en nombre de Dios que es la belleza en sí misma, en un insensato a los ojos del mundo. Hoy en esta Eucaristía nos detenemos con admiración y agradecimiento a este hombre que tuvo una sensibilidad espiritual capaz de percibir esa belleza. ¿Cómo describir esta realidad concreta? San Juan María Vianney lo expresó con esta oración: “Dios mío, si mi lengua no puede decirte en todo momento que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro”».

«Más aún, nos detenemos con maravilla ante los frutos de aquella profesión de plena disponibilidad realizada hace treinta años. Entre sus muchos frutos, últimamente me he quedado especialmente impresionado con lo que revelan los programas para las jóvenes generaciones presentados de manera tan atractiva a través de Internet. Yo pensaba que había comprendido el amplio alcance de la Familia Sodálite. Pero ahora veo que tenía una impresión aún algo limitada. Navegando por Internet he leído sobre iniciativas nunca antes imaginadas… Estoy más que nunca convencido de que a partir de aquellas promesas fundamentales de Luis Fernando Figari se está dando forma a algo nuevo en el tercer milenio, a algo verdaderamente precioso, novedoso y sustancial: una “nova predicatio”, una nueva predicación, una “vera predicatio”, una verdadera predicación, confiada a “novi predicatores”, nuevos predicadores. Esto es: una nueva evangelización».

«En mil novecientos noventa y ocho Luis Fernando describió las virtudes requeridas para el surgimiento de dicha creatividad: “El gran Proyecto de Dios afincado en la dinámica de la comunión, de la reconciliación y la participación, a la cual responden los dinamismos fundamentales de su criatura predilecta, quiere para el hombre una cultura de vida, de libertad, de amor, que lo lleve a su realización como persona. Una sana teología de la creación expresa una dinámica positiva en la que el hombre se convierte en cooperador fundamental de Dios”.»

Siguiendo con sus intensas palabras, el Cardenal que presidió la Santa Eucaristía contó una anécdota significativa en relación a una de las lecturas litúrgicas de la Natividad: «Las lecturas cuidadosamente escogidas para “el misterio de la celebración del Señor” desvelan los fundamentos escriturísticos de esta creatividad. San Pablo proclama hoy en su Carta a los Romanos el Plan de Dios por el cual el hombre se convierte en su cooperador: “Pues a los que [Dios] de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo”. Su significado se hace más evidente en la siguiente traducción: “aquellos predestinados a ser formados según la semejanza de su Hijo”. Dios Padre ha amado tanto a su Hijo que ama a aquellos que ha conformado a su imagen. Entonces San Pablo prosigue indicando la completa acción divina para los predestinados: Dios nos ha llamado, nos ha justificado, nos ha glorificado. “Este misterio permanece escondido dentro del sacramento de la Eucaristía”. A comienzos de los años Setenta, la mamá de Luis Fernando le entregó un pergamino enmarcado con una inscripción de la Carta a los Romanos ocho, veintiocho (8:28). Sorprende constatar que es el versículo con que se inicia la lectura de hoy. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio”. Luis Fernando lo tiene siempre consigo. Años después de su profesión perpetua, descubrió además que la lectura que proponía la Liturgia ese día era la misma que la del pergamino. ¿Qué significado tiene esto? Podemos solamente suponer cuán profundamente se habrá impreso este pasaje en el corazón de un gran fundador contemporáneo.»

Luego de una reflexión sobre el sufrimiento y leyendo una cita de un artículo de L.F. Figari sobre la escritora católica norteamericana Flannery O’Connor, continuó diciendo: «La referencia al cuerpo de Cristo me conduce a la lectura del Evangelio. Ésta viene después de la presentación de la genealogía del Señor Jesús y tiene una relevancia para la espiritualidad sodálite por su especial acento en el hecho de que Jesús ha nacido “de María”. Con frecuencia Luis Fernando me ha mencionado cuán importante fue su formación escolar con las Hermanas del Inmaculado Corazón de María, aquí en Lima, por su ejemplo de vida piadosa y mística. Al mismo tiempo que de esa dimensión de la vida cristiana, él habla y actúa sobre la centralidad de la acción en favor de los pobres. El resultado se ve en la amplia obra social y caritativa de la Familia Sodálite.»

«En una entrevista reciente, Luis Fernando explica el papel de María en su vida consagrada: “encontré un pensamiento que me impactó fuertemente, ‘en María queda manifiesto quién es Cristo’. Más adelante me impresionó escuchar a los obispos que se reunieron en Puebla decir que la Iglesia ‘se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más corazón de América Latina’. Son palabras intensas que evocan el Capítulo Octavo de la Lumen Gentium”.»

«La “carne” a la que hace referencia cuando cita las enseñanzas de la Lumen gentium es el tri-forme cuerpo de Cristo heredado de la tradición patrística: el cuerpo de Cristo nacido de María, el cuerpo eucarístico de Cristo y el cuerpo eclesial de Cristo, la Iglesia.» Tras ahondar teológicamente en estas hondas realidades espirituales, el Purpurado continuó, «Con María, Luis Fernando ha comprendido que la consagración plena a Dios no puede ser interpretada en modo individualista o desde una visión interiorista. Más bien, sus promesas eclesiales lo lanzaron a proclamar a la Iglesia como “la encarnación social de la gracia”. Como la de María, su propia vida y enseñanza han llegado a ser una revelación más transparente de la Iglesia en su clara luz inicial: Lumen gentium, la luz de las naciones. Lo ha hecho destacando la antigua unidad de todos los hombres y mujeres, una unidad perdida en los inicios, pero que espera su restauración plena en el éschaton. Con toda la Tradición Católica ha enseñado con la palabra y las obras que la Iglesia debe ser percibida como cuerpo místico de Cristo, como esposa de Cristo, y como sacramento de Cristo.»

Ya para concluir su rica reflexión plena de profundizaciones patrísticas y escriturísticas, dijo el Purpurado: «la profesión de plena disponibilidad a Dios, realizada por Luis Fernando en mil novecientos setenta y nueve, lo ha llevado a hacer lo que los antiguos patriarcas, especialmente Isaac, amaban hacer: cavar pozos. Es una imagen tomada de Orígenes, cuyo método de oración Luis Fernando describe en un penetrante artículo del año dos mil seis. Su vida después de la profesión perpetua ha sido como la de Isaac, que amaba el agua que es vida -agua que es vida. Según Orígenes, “Isaac ama el agua; está constantemente buscando pozos; limpia los pozos antiguos y abre nuevos”. Así ha sido la vida y el ministerio de Luis Fernando desde mil novecientos setenta y nueve. Ha estado constantemente a la búsqueda de agua viva para refrescar por nuevos caminos al Cuerpo de Cristo en el tercer milenio.»

La Santa Misa continuó con gran solemnidad. Tras la celebración del Magno Sacrificio del Altar, D. Luis Fernando recibió personalmente el saludo de varios centenares de personas que se acercaron a expresar su solidaridad en la acción de gracias a Dios y ofrecerle el testimonio de sus oraciones.

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Entrevista con Luis Fernando Figari, fundador del Sodalitium Christiane Vitae

LIMA, miércoles, 11 febrero 2009 (ZENIT.org).- Luis Fernando Figari es el fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, una sociedad de Vida Apostólica, nacida en Perú en 1971 y aprobada por el Papa Juan Pablo II en 1997. Sus miembros son laicos y sacerdotes que viven la plena disponibilidad para el apostolado.

También ha fundado el Movimiento de Vida Cristiana, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y las Siervas del Plan de Dios, así como otras asociaciones que hacen parte de la llamada Familia Sodálite. Es también consultor del Consejo Pontificio para los laicos.

Su último libro “Formación y misión” acaba de ser publicado en Perú y Chile, y está en proceso de publicación en Italia, Brasil y los Estados Unidos. Se trata de la recopilación de algunas ponencias presentadas en diferentes eventos eclesiales. Todas ellas tienen como hilo conductor la formación y el anuncio como elementos claves en la vida del laico comprometido.

Luis Fernando Figari habla en esta entrevista con ZENIT sobre los puntos clave que toca su libro: la misión del laico y los nuevos movimientos eclesiales en la vida de la Iglesia.

–Su libro destaca de manera especial el papel del laico en la misión de la Iglesia sin caer en un laicismo exagerado donde se subvalore el papel de la jerarquía de la Iglesia ¿Cómo cree usted que se puede lograr este equilibrio?

–Luis Fernando Figari: La Iglesia está integrada fundamentalmente por clérigos y laicos. Todos son fieles de la Iglesia desde el Bautismo. Al recibir este Sacramento la persona queda sellada en su interioridad e invitada a participar activamente, según su estado de vida, según su vocación, en la misión que Dios le encomienda a la Iglesia.

El fiel laico, ejerciendo su vocación cristiana en el mundo, está destinado por Dios al apostolado, a cooperar para que el mensaje divino de reconciliación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo. Evangelizar y dejarse evangelizar es una responsabilidad ineludible. También cada uno, según su propia condición, está llamado a impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico de justicia, paz, fraternidad, y en todo dar testimonio de su efectiva adhesión a Cristo y avanzar hacia la santidad. El clero, por su parte, tiene su propia identidad y misión que responden a una vocación particular y que están selladas por el Sacramento del Orden que imprime en la persona que lo recibe un carácter específico.

Una eclesiología clara, como la que brota del Concilio Vaticano II, permite comprender que los dos estados fundamentales de los fieles son el clerical y el laical. Sabemos que sacerdotes y laicos se pueden consagrar a Dios de manera canónica. Estos últimos son los que en lenguaje usual son llamados “religiosos”, sin que sea éste el lugar de entrar en precisiones técnicas. Dicho todo esto quisiera enfatizar que no debe presentarse una exageración en un sentido u otro, es decir, ni clericalismos ni laicismos. Es cuestión de entender la misión que tiene cada cual en la vida de la Iglesia, misión que es siempre de armonía, de comunión, y en ningún sentido de antagonismo u oposición. Si por desgracia se presentara una situación así, habría que verla como una patología cuya curación viene de una recta eclesiología y de la recuperación de la identidad propia, sea de clérigo, sea de laico.

Para que no se debilite tal identidad propia se requiere de un proceso de formación permanente, que cubriendo los diversos estados, se haga concreto en las variadas situaciones de la vida. No creo, pues, que se trate de equilibrios, sino de comunión. Me parece que se trata de conciencia de la propia identidad y estado de vida, de coherencia práctica con esa identidad, de sana teología y de un horizonte de vida que aspire en todo momento a la santidad. Hay que recordar siempre que todos estamos llamados a participar, desde el propio estado, de la misión de la Iglesia.

En repetidas ocasiones se refiere en su libro a los nuevos movimientos eclesiales, ¿cuáles cree que son los frutos de santidad que desde ya pueden verse en esta nueva realidad eclesial?

–Luis Fernando Figari: Hay frutos de santidad por doquier. Muchas veces ellos permanecen ocultos a los ojos humanos, pero allí están iluminando y dando suave calor en medio del Pueblo de Dios. Todo fiel consciente sabe que está llamado a la santidad. La fe nos lo enseña con claridad. El Concilio Vaticano II se ha encargado de poner de realce la vocación a la santidad que todo bautizado tiene. Todo bautizado está llamado a la perfección de la caridad, en su existencia concreta, en su estado de vida. La vocación común de todos los discípulos del Señor es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo, como señala el Catecismo. Ciertamente los movimientos eclesiales que recogen las orientaciones del Concilio y aspiran a responder a las enseñanzas del Magisterio se convierten en comunidades donde se busca vivir y celebrar la fe en un espíritu de encuentro intenso con el Señor, abriéndose en admiración a la belleza de la verdad que Él es, amándolo, siguiendo su camino, haciendo lo que nos ha dicho e irradiando todo desde una existencia comprometida como una sinfonía luminosa que se esfuerza por vivir la virtud y perfección en el amor, evitando que la gracia que amorosamente derrama Dios en los corazones sea tornada estéril por falta de docilidad a su impulso.

Un tema ya recurrido es que no solamente existe la santidad de lo extraordinario, sino también la de lo común, la santidad de la vida cotidiana. En tal sentido los movimientos eclesiales, por su acento en aspirar a ser comunidades de fe, y por su organización en pequeñas comunidades de fe, ayudan a comprender que la santidad, a la que todos estamos llamados, es resultado de la acogida a la gracia que Dios derrama en los corazones, que se nutre en los sacramentos y la oración, y se forja en la vida cotidiana siguiendo a Jesús, el Verbo Eterno que se encarna en el seno de María Santísima, quien es modelo de toda santidad.

Quién podría negar que en los movimientos eclesiales, como en otras realidades de la Iglesia, hay personas que viven intensamente el despliegue bautismal con los dones que Dios va concediendo, viviendo según el amor que viene de Dios y que va conduciéndonos, con la propia cooperación, a la perfección de la caridad que nos dona. En tal sentido, los movimientos eclesiales, ciertamente, están dando un aporte por el que millones de sus miembros, cual pequeñas antorchas alimentadas con el óleo del Espíritu Santo, van recorriendo desde su sencillez el camino de la vida cotidiana contribuyendo a llevar luz y calor a un mundo en donde las tinieblas y el frío amenazan extenderse.

–Menciona en su libro las cuatro rupturas que vive el hombre en su realidad del pecado: con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación. ¿De qué manera puede el hombre, en el seno de los nuevos movimientos eclesiales, vivir la reconciliación en su vida en cada uno de estos cuatro ámbitos?

–Luis Fernando Figari: “Ante todo no diría que la realidad del ser humano es sólo de pecado. También es una realidad de gracia, de crecimiento en la fe, de fidelidad al divino Plan, de hambre de santidad, de deseo de encontrarse con Jesús y alcanzar la plenitud de vida eterna en la Comunión de Amor. Es cierto que en el mundo en que estamos las consecuencias del pecado primero se hacen dolorosamente manifiestas, pero también se muestra maravillándonos el misterio del amor de Dios que sale al encuentro del ser humano en la Encarnación y en el dinamismo ascensional de la Resurrección y la Ascensión, nutriendo la esperanza del viador. Me parece recordar que Péguy evocaba el valor de la esperanza, y aunque la llamaba “niñita de nada”, ligándola a la fe y a la caridad, poetizaba que junto a ellas “atravesará la esperanza los mundos llenos de obstáculos”. La reconciliación traída por el Señor Jesús ofrece a todos los hombres y mujeres de la Iglesia un concreto sendero de esperanza, un sendero que se abraza a la misericordia divina, a los dones que nos vienen de Dios”.

El tema de la reconciliación tiene su origen en la Escritura. En el Nuevo Testamento se encuentra la clave reconciliadora: Jesús. Dios envía al mundo al Reconciliador. San Pablo puede ser considerado el primer exponente de una teología de la reconciliación. El magisterio pontificio refleja esta realidad profunda. En el tiempo actual, que vamos a extender retrospectivamente hasta León XIII, con quien comienza el siglo XX, las referencias a la reconciliación jalonan las enseñanzas de los Papas. Ellas alcanzan una cumbre significativa desde el pontificado de Papa Pablo VI hasta hoy. El Siervo de Dios Juan Pablo II decía en una ocasión que escuchando el grito del hombre y descubriendo la nostalgia de reconciliación con Dios, consigo mismo y con el prójimo, “por gracia e inspiración de Dios” proponía “ese don original de la Iglesia que es la reconciliación”. Sus enseñanzas han permitido una importante profundización de la reflexión teológica y pastoral sobre la reconciliación, en especial en América Latina. El Siervo de Dios tomaba una aproximación antropológica fundamental a las relaciones del ser humano, que están aquejadas por la ruptura. Ante esa realidad propuso una clave invalorable para el hombre del hoy al hablar de lo que llamó “cuádruple reconciliación”. Para una cultura cargada de fuerzas de ruptura, de secularismo, consumismo, materialismo y otras tendencias de ese tipo que amenazan la misma identidad de la persona humana, la reconciliación tiene la virtualidad de dirigirse al hombre entero.

Esto ciertamente facilita el responder a los dones recibidos. El ser humano se descubre llamado a comprometerse desde una fe vivida, desde el encuentro con el Señor Jesús a superar las rupturas que lo hieren y hacen tanto más gravosa su infelicidad. La reconciliación llega cargada de esperanza alentando y ayudando a la persona a reconciliarse con Dios, consigo mismo, con los hermanos humanos y con la creación toda, dándole el sentido que tiene en el divino Plan. Cada uno está invitado a vivir la reconciliación, en la propia vocación, en las características de vida a la que está llamado. Los movimientos, como todas las demás realidades de la Iglesia, son ámbitos para vivir en la realidad concreta, situada, la reconciliación, don de Dios en Cristo Jesús. Los movimientos eclesiales que presenten el mayor acento existencial de la reconciliación ayudarán a sus miembros a mejor vivir estas dimensiones antropológicas fundamentales con su fuerza orientada a sanar las rupturas”.

–Usted en sus escritos siempre se refiere a la presencia de Santa María. ¿Cómo descubre que ella alienta y guía la nueva realidad de los movimientos eclesiales, particularmente a la Familia Sodálite?

–Luis Fernando Figari: No es novedad alguna que la Virgen María ilumina las realidades de la vida cristiana, en cuanto perfecta discípula de su Hijo, el Señor Jesús. En un libro que leí al hacer los estudios de teología encontré un pensamiento que me impactó fuertemente, “en María queda manifiesto quién es Cristo”. Más adelante me impresionó escuchar a los obispos que se reunieron en Puebla decir que la Iglesia, “se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más corazón de América Latina”. Son palabras intensas que evocan el Capítulo VIII de la Lumen Gentium. Todo ello como que fue formando una vertiente, y por otro lado con potencia extraordinaria desde un principio de mi peregrinar de fe irrumpieron con fuerza en mi conciencia las palabras de Cristo desde lo alto de la Cruz. Su testamento se me clavó en lo hondo del corazón: “He ahí a tu madre”.

Precisamente el sendero del amor filial quedaba abierto y su huella imborrable me sellaba profundamente. Es el mismo Cristo quien señala a su Madre y nos la ofrece como Madre. ¿Cómo no avanzar por ese camino de amor que el mismo Reconciliador nos ha señalado? Ni siquiera tuve mucho que pensar y desde entonces ha sido cada vez más fundamental en mi vida de fe el reconocer la dimensión mariana de la vida cristiana. Esta experiencia o alguna semejante ha de ser la de todo hijo e hija de la Iglesia. Su huella en los movimientos, precisamente por ser eclesiales, no puede diluirse ni ocultarse. La Familia Sodálite, nacida en la celebración de la Inmaculada Concepción de María, vive intensamente la piedad filial a la Santísima Virgen. Al acercarnos a María descubrimos que está plena de Jesús. Todo en Ella nos invita a centrarnos en el Señor Jesús”.

–El cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, dice en la presentación de su libro que la formación de los cristianos laicos está pasando por un momento neurálgico a causa del influjo del relativismo ¿Cómo cree usted que los movimientos eclesiales pueden ser centros de formación eclesial y de fidelidad a la Verdad y al Magisterio Pontificio para sus miembros?

–Luis Fernando Figari: Hoy se encuentra extendida la escéptica pregunta de Pilato: ¿qué es la verdad? Se ve clara la ironía de la ceguera de quien formula la pregunta y que se encuentra en presencia de la verdad misma, el Señor Jesús. En estos tiempos se cuestiona la posibilidad de acceso a la verdad e incluso la existencia de la verdad misma. En todo ello hay una falta impresionante de realismo. El relativismo y el subjetivismo se van haciendo en muchos un modo habitual de pensamiento. Incluso un sensualismo agresivo coopera en ese proceso destructivo. Pero el ser humano es un buscador de la verdad, es algo que tiene enraizado en su ser. Esto es una característica y una necesidad. El ministerio Petrino reivindica la razón humana, en estos tiempos de irracionalidad y de dimisión de lo humano. En tal sentido los Papas cumplen con recordar que la razón del ser humano está abierta a la búsqueda de la verdad de las cosas de este mundo y a la iluminación de la Verdad sobrenatural que por la fe de la Iglesia sale a su encuentro iluminando su terreno peregrinar. En ello se puede ver que siguen el ejemplo del Señor, quien ante la mentira, el error, el alejamiento de la realidad que descubría, respondía buscando ayudar a que quien lo vivía se descubriera a sí mismo, y avanzara en la búsqueda de la verdad de las cosas, de la realidad.

Comprometerse en la búsqueda de la verdad lleva al bautizado a encontrarse con el misterio de la Iglesia, a amar a la Iglesia, a escuchar sus enseñanzas y seguirla cuando señala la ruta para encontrarse con el Señor Jesús. Al recorrer tal rumbo de vida la persona descubre la sinfonía de la verdad, y escuchándola encontrará las palabras del Señor a Pedro y descubrirá la importancia del Magisterio Pontifico para avanzar por esta vida hasta su meta definitiva. Con Pedro y bajo Pedro, acento usualmente intenso en los movimientos eclesiales, se aprende a vivir la dicha de la vida cristiana y a desplegarse según el Plan de Dios, lo que va encaminando a la plena conformación con Cristo. Desde esa experiencia de encuentro y de fe, de amor y fidelidad, se siente la urgencia de compartir la experiencia vivida y el ardor de la evangelización.

–Recientemente se realizó en Lima el I Congreso de Espiritualidad Sodálite. ¿Puede contarnos qué significó esta experiencia para esta familia espiritual?

–Luis Fernando Figari: Efectivamente, hace poco culminó ese impactante evento que fue el I Congreso de Espiritualidad Sodálite que reunió por cinco días a más de mil doscientas personas llegadas a la Arquidiócesis de Lima desde diferentes países. Lo primero que me viene a la mente es que ha sido una inmensa bendición no solamente para la familia espiritual propia sino para la Iglesia. La Familia Sodálite se encuentra hondamente enraizada en la Iglesia y sus integrantes sin duda entienden que los dones recibidos no son solamente para ellos sino que se abren a la Iglesia toda. Ése es precisamente el sentido de los carismas, que no se cierran sobre sí sino que se extienden a todo el Pueblo de Dios para edificación de todos.

Han sido días intensos de oración, de reflexión, de admiración, de inmensa gratitud a Dios, dador de todo bien. Ha sido una hermosa oportunidad para profundizar en algunos de los acentos que constituyen la espiritualidad propia en el gran marco de la espiritualidad católica. Las diversas muestras que acompañaron al Congreso, de pintura, de fotografía, de bellas y numerosas esculturas en terracota y alabastro, junto con la música, fueron también ocasión de comprender que el arte católico no sólo no ha desaparecido, sino que desde su vitalidad y creatividad busca reflejar también hoy los misterios de la fe y la belleza de la creación de Dios. Ante tantas bendiciones pienso que todo miembro de la familia espiritual nacida en torno al Sodalitium Christianae Vitae debe elevar una profunda acción de gracias a Dios”.

Por Carmen Elena Villa